(Monterrey, 1765 - México, 1827) Eclesiástico,
escritor y político mexicano que luchó por la causa independentista.
Miembro de una familia de la alta burguesía criolla, su abuelo paterno
era natural de Buelna (Asturias) y su padre, Joaquín de Mier y Noriega,
llegó a ser regidor del Ayuntamiento y gobernador de Monterrey (Nuevo
León). Mier descendía por línea materna de los Guerra Buentello, los
primeros españoles afincados en la región. Realizó sus primeros estudios
Monterrey, pero en 1780, forzado por el ambiente familiar, se trasladó a
México para ingresar en el convento de los dominicos y más tarde en el
Colegio de Porta Celi, donde estudió filosofía y teología.
Con el título de doctor en teología regresó al
convento dominico para enseñar filosofía. Durante los años siguientes
gozó de cierto renombre y se hizo famoso como predicador, especialmente
cuando el 8 de noviembre de 1794 pronunció una “oración fúnebre” por
Hernán Cortés que llamó vivamente la atención. Un mes más tarde, el 12
de diciembre, fecha de la celebración de la Virgen de Guadalupe, en la
propia Colegiata de Guadalupe, pronunció un célebre sermón en el que
rechazaba las tradiciones sobre las apariciones de la Virgen, poniendo
en duda su veracidad.
Fray Servando Teresa de Mier
El sermón escandalizó a los devotos y fue la
causa de muchas de sus desgracias posteriores. El arzobispo Alonso Núñez
de Haro ordenó que se le encerrara en una celda del convento de Santo
Domingo, a la vez que se iniciaba la instrucción de un expediente. El 21
de marzo, el arzobispo lo condenó a diez años de exilio y reclusión en
el convento de los dominicos de Nuestra Señora de las Caldas, en
Santander (España). Al mismo tiempo se le prohibió enseñar como profesor
y ejercer como religioso y confesor, retirándosele el título de doctor
que le había concedido el Pontífice.
Su intento de retractación resultó inútil, por
lo que, abandonado por sus familiares y amigos, tuvo que aceptar la
promulgación de un edicto de condena pública que se leyó en todas las
diócesis de la Nueva España, con excepción de Nuevo León, cuyo obispo
era un viejo amigo suyo. La Inquisición, presidida por su tío Juan de
Mier y Vilar, prefirió abstenerse de intervenir, pero el propio fray
Servando escribió en sus Memorias: “Como hombre de honor y de
nacimiento había recibido con el edicto el puñal de muerte”. Tras pasar
dos meses en la fortaleza de San Juan de Ulúa, el célebre presidio que
frecuentarían más tarde numerosos insurgentes y los restos de la
expedición de Mina, el 7 de junio de 1795 embarcó en Veracruz rumbo a
Cádiz.
Se iniciaba así el larguísimo periodo de su
expatriación, que se prolongaría hasta 1817, cuando Servando de Mier
regresó a México formando parte de la Expedición de Francisco Javier
Mina. En estos 22 años se convirtió en un personaje insumiso, resabiado y
crítico. Recluido en el convento de Santo Domingo de Cádiz, pronto
buscaría ocasiones para escaparse. En sus Memorias se refiere a
los “zafios dominicos españoles, de procedencia campesina, que lo
perseguían y torturaban por aristócrata”. Trasladado en la primavera de
1796 al convento de San Pablo en Burgos, el prior, un hombre ilustrado
que lo acogió con simpatía, lo recomendó a Jovellanos, el nuevo ministro de Gracia y Justicia de Carlos IV, que le permitió regresar a Cádiz en mejores condiciones.
Mier aprovechó el nuevo clima de respeto y
consideración que le rodeaba para solicitar la revisión de su caso ante
la Academia de la Historia de Madrid, que anteriormente había negado la
autenticidad histórica de la aparición, coincidiendo con la tesis de
Mier, por lo que éste quedaba indirectamente exculpado de haber cometido
ningún error. Sin embargo, esta satisfacción personal no le supuso la
anulación del edicto del arzobispo Haro. Pocos años después, tras la
destitución de Jovellanos y como consecuencia de la reacción
conservadora imperante a partir de 1800, se le volvió a recluir por la
fuerza en un convento de Salamanca. Logró fugarse cuando era conducido y
escapó hasta Burgos, donde fue detenido y encerrado en el convento de
San Francisco de esta ciudad. Poco después consiguió evadirse y huyó
hasta Francia, llegando a Bayona el día de Viernes Santo de 1801. Según
cuenta él mismo, entró en una sinagoga, discutió de teología con unos
rabinos y rechazó la propuesta de matrimonio con una joven judía.
En París tradujo el Atala de
Chateaubriand y escribió una disertación rechazando las tesis de Volney,
lo que le permitió atraer la atención del vicario mayor de París, que
le confió la parroquia de Santo Tomás de Aquino. No era de extrañar que
conociese de inmediato al obispo Grégoire, impulsor del clero jansenista
francés, que apoyaba la constitución civil del clero. En 1802 decidió
trasladarse a Roma para solicitar directamente del Papa su
secularización; el abate Grégoire le había entregado varias cartas de
presentación para los dirigentes más notables del jansenismo italiano.
Según dice en sus Memorias, a falta de otra documentación, logró
la pretendida secularización, con licencia para seguir oficiando y el
rango de protonotario apostólico, lo que le otorgaba el título de
“monseñor”.
Creyendo haber resuelto satisfactoriamente su
condena, regresó en 1803 a Madrid, vía Barcelona, donde volvió a ser
detenido y trasladado al Convento de los Toribios de Sevilla, “la más
bárbara de las instituciones sarracénicas de España”, en la que
permaneció de febrero a junio de 1804. Se fugó el 24 de junio y embarcó
rumbo a Sanlúcar, camino de Cádiz, donde se le detuvo otra vez y se le
obligó a regresar a Los Toribios, permaneciendo allí hasta mediados de
1805. En esta fecha volvió a evadirse, fue testigo de la batalla de
Trafalgar y, finalmente, escapó a Portugal.
En Lisboa consiguió un puesto de secretario en
el Consulado de España y en 1807, a través del Nuncio de Roma, logró la
promoción al cargo de prefecto doméstico de su Santidad, como recompensa
por haber conseguido la conversión de dos rabinos. En Lisboa se enteró
de la invasión francesa de la Península, se indignó por los sucesos del
dos de mayo en Madrid y ayudó a los prisioneros españoles que habían
caído en poder del mariscal Junot. Como respuesta a la emoción
patriótica de este momento, decidió alistarse en el Batallón de
infantería ligera de Voluntarios de Valencia, que se estaba formando en
Portugal con los soldados españoles allí prisioneros, y en calidad de
capellán y cura castrense regresó a España, por la vía marítima.
Desembarcado su batallón en Cataluña, participó a
lo largo de 1809 en numerosas acciones de guerra, entre otras la
batalla de Alcañiz, el 23 de mayo, en la que combatió junto con Javier
Mina, que estaba a las órdenes del mariscal de campo Carlos de Aréizaga,
y tomó parte en el avance hacia Zaragoza que se saldó con las derrotas
de María y Belchite, los días 17 y 18 de junio. Preso de los franceses,
logró escapar y permaneció unos meses en Cataluña, hasta que Blake lo
envió a Cádiz, recomendado para una canonjía en la catedral de México.
En realidad, lo hizo atraído por la convocatoria de Cortes y su deseo de
resultar elegido diputado, lo que no consiguió. Permaneció sin embargo
en Cádiz, asistió a las sesiones de Cortes como espectador y colaboró
con dedicación absoluta al trabajo que realizaban los diputados
americanos, en especial sus propuestas y la defensa de sus posiciones,
en la famosa sesión de 15 de septiembre de 1811.
En Cádiz se relacionó con la familia del
depuesto virrey José de Iturrigaray, que le encargó la defensa de su
gestión en Nueva España, poniendo a su disposición documentos y
recursos, y se adscribió a la Sociedad de los Caballeros Racionales,
núcleo inicial de la famosa Logia de Lautaro, que le ayudó a trasladarse
a Londres en octubre de 1811, para escapar del acoso policial y de las
patrañas del publicista Cancelada, al servicio de la policía.
En Londres, gracias a su amistad con los
americanos allí refugiados, completó la defensa de Iturrigaray, a cuya
obra inicialmente titulada Historia de la revolución de Nueva España,
Antiguamente Anáhuac o Verdadero origen y causas de ella… con sus
progresos hasta el presente año de 1813, añadió unas amplísimas reflexiones sobre los acontecimientos más recientes. La Historia
se publicó en noviembre de 1813 en Londres, y la firmó como "José
Guerra", el apellido de su madre. Amigo de Blanco White, discutió sus
posiciones americanistas y escribió dos famosas Cartas a El Español, pero también desarrolló una amplia actividad como traductor y editor, entre otras obras de la Brevísima Relación de Las Casas, la Representación de la Diputación Americana ante las Cortes, y algunos otros textos de sus amigos americanos.
Su estancia en Londres hasta mayo de 1816
(interrumpida por un corto viaje a París de julio de 1814 a abril de
1815, del que regresó en compañía de Lucas Alamán) le permitió hacer amistad y relacionarse con los caraqueños Andrés Bello y Luis López Méndez. Éste último le ofreció la casa y la biblioteca del precursor Francisco de Miranda;
también se relacionó con la familia Fagoaga de México y con el resto de
enviados de las Juntas insurgentes que se estaban formando en las
provincias de América. Su encuentro con el famoso guerrillero Francisco Javier Mina,
que llegó a Londres en mayo de 1815, lo llevó a incorporarse a la
expedición que se estaba preparando en Inglaterra y que zarpó de
Liverpool el 15 de mayo de 1816.
Tras una larguísima travesía, retardada por los
vientos contrarios, lo que le permitió intimar con Javier Mina, llegaron
ambos a Baltimore el día 1 de julio, para dar comienzo a una
extraordinaria aventura militar: la preparación y el desarrollo de una
División auxiliar del Congreso de México, que desembarcó en Soto la
Marina el 21 de abril de 1817, dispuestos a integrarse y participar en
la estrategia insurgente mexicana. La expedición de Mina, tras una
campaña de ocho meses de duración en tierras del Bajío (Michoacán y
Guanajuato), acabó en fracaso, y fray Servando, que había permanecido
algún tiempo defendiendo el fuerte de Soto la Marina, cayó prisionero
del virrey Juan Ruiz de Apodaca a finales de junio de 1817.
Conducido a las cárceles de la Inquisición en la
Ciudad de México, permaneció en ellas tres años hasta su traslado a San
Juan de Ulúa. Fueron los años durante los cuales se celebró un largo
proceso, recargado de testimonios, declaraciones y confesiones, en el
que se buscaba demostrar la compleja y extensa trama urdida en torno a
Mina y a Mier, esperando demostrar la implicación de los gobiernos y
políticos más influyentes de Inglaterra y Estados Unidos. Sin llegar a
ninguna conclusión, se le mantuvo en la cárcel, donde escribió la Apología y Relación de lo ocurrido en Europa hasta octubre de 1805, posteriormente conocida como Memorias, y la continuación de estas memorias con el título de Manifiesto apologético.
El 30 de mayo de 1820, cuando se volvió a proclamar la Constitución de
Cádiz, se le trasladó a la cárcel de Corte en México y el mes de julio
fue enviado a Veracruz y San Juan de Ulúa, camino de España, porque el
virrey había decidido desterrarlo sin cargos a la Península.
En San Juan de Ulúa revisó el Manifiesto apologético y, en un ambiente de mayor libertad, redactó Algunas representaciones en su defensa, Carta de despedida a los mexicanos, Cuestión política: ¿Puede ser libre la Nueva España? y, finalmente, Idea de la Constitución.
En estos textos se aprecia la evolución de su pensamiento. Aunque
conservó su implacable condena a la dominación española de América,
causa y razón de todos los males del presente, titubeaba sobre el modo
de organización y sobre la adopción o el rechazo de la forma monárquica o
republicana, así como sobre el centralismo o el federalismo estatal.
Estaba muy influido por el pensamiento del francés Abad de Pradt, cuyas
traducciones al español acababan de llegar a México.
En febrero de 1821 protagonizó una nueva fuga,
al evadirse en La Habana del barco que lo conducía a España, recalando
provisionalmente en Filadelfia, donde se reencontró con sus amigos
hispanoamericanos. En rechazo al Plan de Iguala expedido por el general
Agustín de Iturbide, fray Servando escribió y publicó en Filadelfia Memoria político instructiva,
en la que se declaraba partidario de un gobierno republicano,
rechazando el Tratado de Córdoba firmado por Iturbide y por el nuevo
virrey Juan O'Donojú.
Decidió regresar a México en 1822, al ser elegido diputado por Nuevo
León al Congreso Constituyente, pero tuvo que sufrir nuevamente prisión
en San Juan de Ulúa, de febrero a mayo, apresado por el gobernador de
esta plaza, que se mantenía fiel a la soberanía española. Liberado al
proclamarse emperador Agustín de Iturbide,
tomó posesión de su escaño en el Congreso para enfrentarse al que ahora
consideraba un dictador, por lo que nuevamente sufrió persecución y
cárcel.
El levantamiento del general Santa Anna
en Veracruz en favor de la República aglutinó la oposición a Iturbide,
en la que participó fray Servando, obligándole a renunciar al Imperio y a
embarcar rumbo a Europa. Constituido un nuevo Congreso, se proclamó la
República y se aprobó la Constitución de 1824, lo que le obligó a
enfrentarse a Ramos Arizpe en la reñida discusión de la forma federal o
centralista de Gobierno. El 13 de diciembre de 1823 fray Servando había
pronunciado en el Congreso un famoso discurso llamado De las profecías,
en el que se opuso enérgicamente al sistema federalista. La rebelión de
las Provincias, que exigían una solución federal, copiada del admirado
sistema estadounidense y que amenazaba con la desmembración del país, le
obligó a buscar una fórmula de compromiso entre políticos y
doctrinarios. Aceptó la declaración de un Estado federal (art. 5º), pero
se negó a conceder “soberanía” a los Estados (art. 6) regionales. Nacía
de este modo la gran contradicción en la historia política del México
moderno.
Recluido en el Palacio Presidencial, que le había cedido el propio Guadalupe Victoria,
primer presidente constitucional, vivió sus últimos años entre la
admiración y la crítica de sus conciudadanos. O'Gorman, biógrafo y
comentarista excepcional, dijo de él: “Dotado de fácil palabra, mordaz,
erudito, inteligente y deslenguado, siempre supo cautivar la atención de
sus oyentes. Escribir fue su ocupación predilecta; pero aventurero
inquieto, más de ocasión que por afición, su obra entera se resiente de
falta de unidad. No por eso se menosprecie. Su obra es admirable; el
estilo es original y vigoroso y toda ella está animada de la apasionada
personalidad de su autor”.
Recibió el viático de manos de Ramos Arizpe, su
más firme adversario en la polémica constitucional. En presencia del
presidente Guadalupe Victoria y de una numerosa concurrencia, a la que
había invitado al presentir su suerte días antes, murió en sus
habitaciones de Palacio el 17 de noviembre de 1827. Fue sepultado en el
convento de Santo Domingo de la Ciudad de México.
No hay comentarios:
Publicar un comentario